miércoles, 31 de agosto de 2011

Como Vivian Los Hombres Mujeres del siglo XIX







Las primeras décadas del siglo XIX fueron un período marcado por los continuos conflictos políticos y guerras civiles; la Independencia trajo consigo una transformación en las costumbres y en el caso específico de la mujer, su participación en la vida pública se hizo más activa.

Cambios como la regularización del servicio de navegación por el Río Magdalena permitieron a miembros de las élites viajar a Europa y Norteamérica y traer nuevos conceptos sobre la moda, que condujeron a la importación de productos franceses e ingleses.

En la vida cotidiana las mujeres se dedicaban a orar; "despachaban" el almuerzo -compuesto habitualmente por numerosos platos- y supervisaban a las empleadas. Estaba mal visto que todos los alimentos no fueran preparados en casa.

Asimismo, realizaban labores de costura, bordado, cuidado de flores, canto, lecturas religiosas y también hacían visitas o salían de compras.

Sin embargo, para salir a la calle siempre debían estar acompañadas de su familia o de sirvientes; salían al mercado, iban a misa y asistían a celebraciones públicas como procesiones, teatro, conciertos y bailes, que se realizaban bajo la supervisión de sirvientes, padres y abuelos.

Las tertulias y reuniones, que generalmente se organizaban una vez en la semana, también se celebraban en la casa, para que las mujeres pudieran participar en ellas.

Por otra parte, se mantuvo la costumbre de que la mujeres de clase alta no trabajaran fuera del hogar. Sólo hasta finales de siglo algunas mujeres iniciaron su preparación como maestras. Cuando por cambios de fortuna las mujeres debían contribuir a las finanzas, hacían labores de modistería (corte o costura de trajes femeninos), o bien repostería para fiestas y veladas. Las mujeres de escasos recursos continuaban trabajando en labores domésticas, como lavanderas, aguateras, expendedoras de mercado y aplanchadoras, oficios de más categoría que los demás.

En cuanto a la educación, a lo largo de todo el siglo XIX se presentaron polémicas sobre la conveniencia de educar o no a las mujeres y sobre el tipo de educación que éstas debían recibir, debate que se prolongó hasta las primeras décadas del siglo XX. En la década de 1870, se comenzaron a capacitar maestras, pero durante todo este tiempo la educación se impartió por separado para ambos sexos y la instrucción de las mujeres no pasó del bachillerato.

Con respecto a la moda, las mujeres debían vestir de diferente manera según la hora del día y la ocasión. Dentro de la casa se vestían con sencillez; las señoras permanecían con falda y blusa, para salir al vecindario se cubrían con mantilla y para ir más lejos, usaban también sombrero. Cuando se recibían o se hacían visitas usaban su mejores trajes y en las fiestas podían lucir todas sus joyas, mantillas, pañuelos y vestidos de seda cubiertos de tul. Existía una gran diferencia en el tipo de ropa que se usaba de acuerdo con la edad de la mujer.

El atuendo femenino a comienzos del siglo XIX se había simplificado, pues estaba inspirado en la moda surgida en Francia a finales del siglo XVIII con la Revolución Francesa. Se usaba un traje largo estrecho de talle alto y manga corta, acompañado por un abanico de plumas.

A lo largo del XIX la moda varió en largo de las faldas, el uso o no de corsé, el diseño de las mangas y la creación del sostén. Las mujeres usaban chalines, chales, medias de seda o bordadas, sostenidas con ligas; peinetas de carey, sombreros de fieltro y zapatos de satín o de cordobán, a los que amarraban los chapines, unas sandalias de madera o corcho con suela gruesa, de 15 a 20 cm de altura, que se sujetaba al zapato por dos o tres tiras de cuero, para no ensuciarse.

Para mediados de siglo se peinaban con lazos y flores naturales y las mujeres adineradas llevaban abundantes joyas, como collares, anillos y aretes en perlas y esmeraldas, mientras que las de los sectores populares usaban zarcillos de oro, plata, coral o cuentas de vidrio.

En las clases menos pudientes usaban el mismo atuendo de las mujeres acomodadas, pero diferenciado por la calidad de las telas, los tejidos toscos y la ausencia de calzado.